¿Qué tienen en común el Arbitraje de karate y la Violencia?
Todos hablan de ello, de lo bien que lo harían como Arbitros puestos en esa situación, pero muy pocos son los que realmente saben cómo funciona, qué hacer, cómo y cuándo hacerlo.Hoy he tenido la ocasión de ir al Campeonato Nacional Infantil de karate. Como siempre en estas ocasiones, las gradas estaban llenas de los familiares de los niños que salen al tatami a disputar uno de los trofeos que alli se disputan. Así, cada competidor tiene su club de fans que le arenga y le aplaude a cada movimiento.Hay que entender que para la multitud de padres, madres, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos, primas, hasta amigos de la familia, el último producto de los genes del clan no es sólo el mejor, sino que es el que más esfuerzo, más empeño, más ilusión y más ganas ha puesto en la competición. Y es perfectamente comprensible que sientan los éxitos o fracasos de sus chicos como propios.Lo que ya no es de recibo es que esa multitud de adultos se comporte como una banda de energúmenos violentos y no sólo menosprecien sino que insulten abiertamente al colectivo de árbitros.El karate es uno de los pocos deportes en que hay más jueces que deportistas en el área de competición. Son de tres a cinco personas (sin contar arbitrador, cronometradores, etc.), profesionales, capaces, que entrenan desde hace muchos años, que ostentan grados altos dentro del karate, que han pasado por múltiples cursos, exámenes, que sacrifican su tiempo libre, sus fines de semana, para que los campeonatos puedan celebrarse de una forma óptima. Es vocacional. Las pequeñas compensaciones económicas percibidas no compensan el tiempo libre perdido. El que lo hace, lo hace por ilusión, porque le gusta, porque lo disfruta tanto o más que los competidores.Tanta pasión hay que recompensarla por lo menos con respeto, no sólo por las decisiones arbitrales (¿Quién mejor que ellos para conocer el reglamento?) sino también por el trabajo que los árbitros hacen cada domingo, y por la profesionalidad que demuestran día tras día.El karate, en contra de lo que la imaginación popular piensa, no es un deporte violento. Se basa en el respeto, en la humildad y en el esfuerzo personal de cada uno, entre otras cosas. La violencia se restringe a ciertos momentos y está muy reglamentada en el cuadro de las competiciones. No existe animosidad entre los competidores, sólo el deseo de ser el mejor, y siempre desde una base de respeto hacia el compañero que está enfrente.¿Qué educación están dando a sus hijos los padres que gritan insultos desde las gradas? ¿De verdad que enseñan respeto, compañerismo,? No. Enseñan individualismo, competitividad, desprecio, violencia. Todos estos principios son contrarios a lo que los niños aprenden cada día en el gimnasio donde entrenan.Cuando no son insultos a los árbitros, son expresiones del estilo “¡pégale!”, “¡dale fuerte!” y en categorías donde el contacto físico está prohibido, es muy chocante escuchar este tipo de propósitos. Sobre todo cuando vienen de padres de niños de 6 a 15 años. A ver si dejamos de enseñar la violencia a nuestros jóvenes, y les enseñamos la tolerancia y el respeto. Nos iría mejor a todos.
Publicado por Makoto
Todos hablan de ello, de lo bien que lo harían como Arbitros puestos en esa situación, pero muy pocos son los que realmente saben cómo funciona, qué hacer, cómo y cuándo hacerlo.Hoy he tenido la ocasión de ir al Campeonato Nacional Infantil de karate. Como siempre en estas ocasiones, las gradas estaban llenas de los familiares de los niños que salen al tatami a disputar uno de los trofeos que alli se disputan. Así, cada competidor tiene su club de fans que le arenga y le aplaude a cada movimiento.Hay que entender que para la multitud de padres, madres, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos, primas, hasta amigos de la familia, el último producto de los genes del clan no es sólo el mejor, sino que es el que más esfuerzo, más empeño, más ilusión y más ganas ha puesto en la competición. Y es perfectamente comprensible que sientan los éxitos o fracasos de sus chicos como propios.Lo que ya no es de recibo es que esa multitud de adultos se comporte como una banda de energúmenos violentos y no sólo menosprecien sino que insulten abiertamente al colectivo de árbitros.El karate es uno de los pocos deportes en que hay más jueces que deportistas en el área de competición. Son de tres a cinco personas (sin contar arbitrador, cronometradores, etc.), profesionales, capaces, que entrenan desde hace muchos años, que ostentan grados altos dentro del karate, que han pasado por múltiples cursos, exámenes, que sacrifican su tiempo libre, sus fines de semana, para que los campeonatos puedan celebrarse de una forma óptima. Es vocacional. Las pequeñas compensaciones económicas percibidas no compensan el tiempo libre perdido. El que lo hace, lo hace por ilusión, porque le gusta, porque lo disfruta tanto o más que los competidores.Tanta pasión hay que recompensarla por lo menos con respeto, no sólo por las decisiones arbitrales (¿Quién mejor que ellos para conocer el reglamento?) sino también por el trabajo que los árbitros hacen cada domingo, y por la profesionalidad que demuestran día tras día.El karate, en contra de lo que la imaginación popular piensa, no es un deporte violento. Se basa en el respeto, en la humildad y en el esfuerzo personal de cada uno, entre otras cosas. La violencia se restringe a ciertos momentos y está muy reglamentada en el cuadro de las competiciones. No existe animosidad entre los competidores, sólo el deseo de ser el mejor, y siempre desde una base de respeto hacia el compañero que está enfrente.¿Qué educación están dando a sus hijos los padres que gritan insultos desde las gradas? ¿De verdad que enseñan respeto, compañerismo,? No. Enseñan individualismo, competitividad, desprecio, violencia. Todos estos principios son contrarios a lo que los niños aprenden cada día en el gimnasio donde entrenan.Cuando no son insultos a los árbitros, son expresiones del estilo “¡pégale!”, “¡dale fuerte!” y en categorías donde el contacto físico está prohibido, es muy chocante escuchar este tipo de propósitos. Sobre todo cuando vienen de padres de niños de 6 a 15 años. A ver si dejamos de enseñar la violencia a nuestros jóvenes, y les enseñamos la tolerancia y el respeto. Nos iría mejor a todos.
Publicado por Makoto